Editorial de noviembre

CON no disimulada pena, Paul Tabori, en su libro ‘Historia de la estupidez humana’, nos dice que la estulticia es un problema feo, que es el arma más destructiva de la especie sapiens, su más devastadora epidemia, su más costoso lujo. En efecto, la tontería, la imbecilidad, la incapacidad, la torpeza, la vacuidad, la estrechez de miras, la fatuidad, la idiotez, la locura o el desvarío producen una esperpéntica cohorte de necios, seres de menguada inteligencia y de pocas luces, tontos, bobos, superficiales, mentecatos, simples, desequilibrados, chiflados, irresponsables y embrutecidos, que se encargan de hacer la vida más difícil al resto de seres humanos.

Así, cuando la estupidez aparece combinada con otros factores (lo cual no es raro), los resultados pueden ser dramáticos y devastadores. Son muchas las situaciones en las que la necedad humana es origen de una serie de hechos que se combinan, complican y enredan cada vez más; sus efectos pueden parecer nimios hasta que comprobamos que son verdaderamente trágicos. En otras ocasiones, la estupidez no es la génesis del problema, pero una pléyade incalculable de toda clase de comportamientos estúpidos lo agrava e impiden aplicarle soluciones efectivas. Por ello, por su enorme variedad morfológica e infinita diversidad, la estupidez es el arma humana más letal y ante la que nos encontramos indefensos.

O si no pensemos en lo que está ocurriendo hoy. Sabemos que nos engañan, que nos mienten públicamente, que nos roban y que destruyen las conquistas sociales conseguidas después de luchas encarnizadas innúmero, que han regado de sufrimientos la historia del ser humano. Sabemos que nos usan como masa informe, para enriquecerse y dominar en sus feudos, para ostentar privilegios y atributos, con o sin la complicidad de un dios. Y nosotros ¿qué hacemos? Sojuzgados y cabizbajos, aguantamos, sufrimos, sobrevivimos creyendo que mientras no nos afecte más de la cuenta el problema es de los demás, que no va con nosotros. ¿Habrase visto estupidez mayor?

Carne de cañón

El grado de estulticia que afecta a un sistema social será siempre el máximo consentido por la tolerancia de sus miembros para con ella: la estupidez tiende siempre hacia tal límite, porque la reproducción social de estúpidos es menos costosa y más útil al sistema que la de los no estúpidos. Aunque sea trágicamente inhumana, ninguna gran empresa humana es posible si un líder no cuenta con una sustanciosa cantidad de estúpidos dispuestos a seguirlo sin reservas, a sabiendas de que no sacarán otras ventajas que la identificación con el jefe y la sensación de vivir en un mundo hecho definitivamente a su propia medida. Los estúpidos serán siempre, por tanto, más frecuentes en las mayorías (no necesariamente silenciosas) y en los grupos de poder, en donde formarán parte de una esencial masa de maniobra o ‘carne de cañón’. Cuanto mayor sea la concentración de poder en un sistema social, tanto mayor será el nivel de estupidez por él cultivado para su propio mantenimiento, además de la cooptación de estúpidos en puestos de nivel elevado para la gestión del sistema mismo.