AÚN hoy siguen siendo válidas, casi con mayor intensidad, las palabras que Miguel Riera esbozó en el Viejo Topo, en enero de 2013: seguimos resistiendo, pero eso sí, impresionados, tanto que no podemos creerlo, perplejos, estupefactos, atónitos, pasmados, maravillados, desconcertados, sorprendidos, patidifusos, boquiabiertos, cabreados, incapaces de reaccionar, tanto que nos hemos quedado sin habla... ¿La razón?: la constatación de que nuestro país se desangra poco a poco, víctima de la mediocridad, o la estulticia, o la inutilidad resultante del conjunto de sus dirigentes. Y no es por culpa de la ciudadanía, sino por la mala gestión de aquellos.
Vemos cómo, impasible ante la catástrofe, haciendo gala del estereotipo del gallego ambiguo e indeciso, nuestro presidente del gobierno viaja de aquí para allá, se reúne con este o con aquel, celebra esto o aquello, siempre en clave de campaña electoral, continua atribuyendo toda la responsabilidad del fracaso a los demás, contesta con vaguedades a preguntas concretas sobre la corrupción en su partido (que le roza de cerca por haber sido alto dirigente durante muchos años) y pospone reiteradamente el debate de rigor y la investigación en los foros parlamentarios.
Desvalida, impotente, la población asiste a ese triste espectáculo. Mientras, prosiguen los desahucios, los suicidios, las muertes prematuras derivadas de las interminables listas de espera, las quiebras de empresas y los despidos multitudinarios, el descubrimiento de corruptelas... Eso sí, para el 2015 todo será diferente. Antes lo dijeron del 2014, y pronto lo dirán del 2016.
A tenor de lo que estamos viviendo, es evidente que la población española corre el riesgo de caer globalmente en un nihilismo e individualismo profundo, ya que se ve obligada a resignarse y a que cada cual aguante el chaparrón como pueda. Aunque también puede producirse un estallido social, o el nacimiento de desviaciones no deseables que acaben por estimular la adopción de más medidas represivas de carácter autoritario. Cualquier cosa es posible. Lo que sí está claro es que casi todo el mundo sabe que la justicia, la clase política, el poder financiero, etc., están en entredicho, y que sus vergüenzas han asomado a la vista de todos como la punta de un iceberg de colosales proporciones. Y lo que hemos visto, asusta.
Así pues, estupefactos... pero no pasivos, resistiremos. Toca acompañar, modesta, humildemente, a todos los movimientos de resistencia, se produzca esta en cualquier ámbito (político, sindical, de los movimientos sociales o de la ciudadanía desorganizada). Que, por cierto, cada vez está más organizada. Ya hay muchas personas que parecía que no estaban, pero que están. Y que quieren sumarse a los que ya están moviéndose. El que resiste, vence... y el que se mueve, vence. Apliquémonos el cuento.
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