LLEGA diciembre y con él una nueva esperanza de vida: 2021. La posibilidad de una vacuna, protectora, que no remedio, nos hace ver a este año futuro todavía como el inicio de un nuevo trayecto, más esperanzador, en nuestra vida, libre de la pandemia y en el que quizás recuperemos el tiempo perdido, las ilusiones truncadas y nuestras mejores costumbres, que tuvimos la necesidad de abandonar. No así, por desgracia, a muchos mayores, conocidos, amistades y familiares que nos abandonaron forzadamente, sin eximición y muy en contra de su voluntad. 2020 ha sido un año en el que hemos podido comprobar, sin alguna duda, lo efímera y frágil que es nuestra especie ante cualquier mínimo ataque del medio en el que vivimos. Hemos aprendido que no hay que olvidar nunca nuestra exigua condición ante una Naturaleza que nos rodea y permanece siempre poderosa y activa. Pensábamos, todo poderosos, que habíamos ganado la batalla y que ya sólo quedaba, con tranquilidad y sin prisas, que nos concienciáramos, sin modificar nuestro ritmo de crecimiento, para atenuar el impacto ya perceptible en el medio ambiente que nos da cobijo. Altivos y arrogantes, abandonamos nuestra preocupación por mantener el cultivo cultural y la afirmación de la ciencia madre, que siempre fueron nuestra histórica tabla de salvación ante las eventuales adversidades, siempre presentes, del mundo natural. Dedicamos nuestro tiempo a enfrentar pareceres e intereses, poder y dominio, futilidades y estulticia, sustrayendo nuestra atención de lo que verdaderamente interesa. Pero en 2020 surgió el problema del virus, ser minúsculo aunque nocivo, y aquí nos vemos, desconcertados e indefensos, desorganizados y aturdidos, casi en desbandada. Esperemos que el nuevo año de esperanza, 2021, nos sea leve y hayamos memorizado la lección. ¡Suerte a todos!